Despabilo con dentífrico el mal aliento del despertador
enjuagando las torpezas de los recién levantados,
caminando de costado
de pantuflas al sillón;
con mis ganas en pijamas
y sabor a retirada, mas dormida que levantada,
mientras recién se abre el telón.
Pava en mano en la ventana
le guiño un ojo a la mañana
que se mete de colada por la hendija del balcón,
mendigando mi oración, costumbre de mi rezo:
“Dame hoy un viento intenso
que me arranque la rutina,
inventame otro día a día,
que empiece hoy y no termine en el repetido bostezo”
…escucho su carcajada, siempre se me ríe en la cara y me manda a trabajar,
y aunque yo le insista igual,
reconoce la marca de mi almohada.
La pava hace ruido, en mi cabeza no suena nada.
Lucho contra el hastío de volverme de memoria
buscando siempre otra historia
que pinte de colores la obligada,
la que paga mis cuentas y no indaga,
la que se viste de oficina y huele a manada
de caballitos de plaza, con el camino marcado,
que comen balanceado y nunca mastican alfalfa.
De caras que se miran de cómplices condenados,
tras los boxes encerrados
de jefes alienados
que saludan con el puño cerrado
y pocas veces te aprietan la mano o te dan una palmada.
Allí voy tras cinco mates apurados,
crema, rimel y rápido peinado;
ropa acorde de un soldado
y en el bolso un sueño inmaculado
que pide pista y un atajo
y se reinventa de madrugada.
Caliento el motor de las ganas,
le acelero a la mirada que me espía de reojo
de otro lunes que huele a semana,
con inseguridades que desabrocho,
emprendo el viaje diario de 8:40
con destino a las 18.
.
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