Así como me encontré en ese dragón
escribiendo mis ladridos
en hojas de espiral con tinta azul marino.
Así como emborraché mis musas
para que no abandonen mis sextos sentidos.
Allí entendí que la espera trae apartados aprendidos,
dar reposo a mi zozobra cuando nada es mío,
saberme de abrigo cuando miré al cielo huérfano
de estrellas, de soles, de suspiros.
Planté el reparo ante lo incomprendido,
robé una balanza con peso propio,
llené mis bolsillos de opio para aprender lo reprendido.
Calqué espirales infinitos, miré el techo 20 minutos
seguidos
con el solo intento de matar el tiempo de tiempo perdido.
Rogué a mis ansias que me abandonen de ruidos,
solté el ancla de alboroto obsesivo,
crucé los remos de vereda,
desesperé la espera a la vera de un traicionero río.
En un segundo alquimista me llené de aristas,
se me cansaron las fuerzas y se acabó el vino.
Cuando en la nada nadaban mis sórdidos brios.
Cuando desahuciada levitaba,
cuando ya me retiraba de este placer divino
atardecí inspirada quejosa del opuesto prometido.
Así aprendí a esperar,
de quien sabe contar
de adelante y atrás,
de relojes aletargados;
pequeños fallecimientos solitarios encontrados,
de Rotos y Descosidos remendados,
de tiempos ajenos de caballos cansados.
Cuando ya resignaba en una lágrima mi universo de
palabras
desperté soñando en llamaradas mi teclado.
Allí, en ese instante de entenderlo todo,
contemplando la vida del mismo modo.
Así,… así aprendí a callar, a esperar el momento
adecuado.
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