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Fluir de la sangre, caudal de rojo errante,
al la velocidad de la luz apagada de las venas que alcanza hasta mis yemas,
que litiga desafiante.
A pasos descontrolados
recorro espacios cruzados,
vacíos de novedades,
enfermos de obviedades.
Escalo cornisas, piso arenas movedizas,
mi pulso que no se estabiliza
y agita mis mitades.
Fuera de contenedor
desparramo preguntas a nadie;
no hay voces, no hay sonidos,
no hay sueño ni castigo;
solo silencios repartidos
en cada rincón desesperante.
Negocio con el destino
una tregua a mis latidos,
firmo un pacto de reverencia ante su sola presencia
a cambio de mis falencias,
de mi orgullo adquirido.
Guardo los dardos, me quedé sin tiros.
Tan sola en la fila de los que esperan sentados
La luna se esconde y un teléfono ahumado
se quedó dormido.
Le rezo a Morfeo que me regale un recreo
y que la voz que ya no espero,
que anhelaba con deseo,
me alcance al cerrar los ojos en un sueño venturoso
y me estirpe este descontrolado ansioso
que se juega mi equilibrio en un tablero.
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