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La aguja se resiste a correr
y no puedo entender
como el tiempo no dura siempre lo mismo,
pero todo borde de abismo termina por caer
y al momento que se torna insoportable
también le llegan las seis.
Ficho, me exilio, me desempleo;
poniendo primera resuelvo lo primero
y a la sombra de una luz roja, pienso:
no quedó nada de ayer ni de mañana
no me quedan ni las ganas
de prender el fuego.
En un minuto amarillo
recorro las góndolas de mi casa
y otra vez la suerte escasa
y mi indigente creatividad,
después de tanta laboralidad,
me ruegan, cuanto menos, un simple alimento.
El verde suplica practicidad
y frenarle a un puestero en cualquier momento;
las despensas de las obligaciones
que apremian cada noche
nunca ofrecen descuento,
ni un hada culinaria
en forma de una doña petrona
que resuelva este repetido desencuentro
y le recete a mi oído con susurros
desde el semáforo de mis puntos muertos.
Porque será que armar la cena cada día
se torna una odisea de cuentos?
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